La prueba de VIH consiste en detectar, en una muestra de sangre (o en algunos casos, de saliva), la presencia de anticuerpos y/o antígenos relacionados con el virus. Este proceso implica la extracción de la muestra de manera segura y confidencial, seguida de un análisis en el laboratorio utilizando técnicas de alta sensibilidad que permiten identificar la infección en etapas tempranas.
Se analiza una muestra de sangre para detectar anticuerpos no específicos (reactivos) que se producen en respuesta a la infección por Treponema pallidum. Con métodos como el VDRL o RPR, se puede identificar la enfermedad en etapas tempranas y, de este modo, iniciar el tratamiento oportuno.
Mediante la toma de muestras de lesiones o secreciones, se utilizan técnicas moleculares o cultivos para detectar la presencia del virus en sus variantes tipo 1 y tipo 2. Esto ayuda a confirmar el diagnóstico y a diferenciar entre ambas infecciones.
La prueba consiste en la detección del ADN viral en muestras del cuello uterino u otras áreas susceptibles, lo que permite identificar cepas de alto riesgo asociadas a lesiones precancerosas o cáncer cervical.
La prueba consiste en detectar anticuerpos IgM e IgG contra el virus de la hepatitis A (HAV) en una muestra de sangre, lo que permite distinguir entre una infección aguda y un estado de inmunidad.
Se aplican métodos serológicos o moleculares para detectar la presencia de HHV-8, virus relacionado con el sarcoma de Kaposi, lo que es especialmente útil en el manejo de pacientes en riesgo.
A través de muestras de secreciones del tracto urogenital, se realiza el diagnóstico mediante cultivos o técnicas moleculares, lo que permite identificar la presencia de esta bacteria y establecer el tratamiento adecuado.
Se utiliza principalmente la técnica de PCR para detectar el material genético de Mycoplasma genitalium en muestras urogenitales, permitiendo confirmar la infección por esta bacteria emergente.
Esta prueba implica la toma de muestras de lesiones o ganglios linfáticos para analizar, mediante técnicas moleculares, la presencia de cepas específicas de Chlamydia trachomatis que causan esta enfermedad.
Se examinan muestras de secreciones vaginales o uretrales utilizando microscopía, cultivo o técnicas moleculares para detectar el protozoo Trichomonas vaginalis, responsable de esta infección.
Aunque se menciona «Antígeno de Superficie y Anticuerpos», lo habitual es detectar inicialmente los anticuerpos contra el virus. En caso de ser positivos, se confirma la infección mediante la determinación del RNA viral, lo que ayuda a evaluar la actividad y el estado de la enfermedad.
Se analiza una muestra de sangre en busca del antígeno de superficie (HBsAg) y de anticuerpos específicos. Esta combinación permite determinar si existe una infección activa o si el paciente cuenta con inmunidad, ya sea por vacunación o por una infección pasada.
Se recolecta una muestra de secreciones genitales que se somete a análisis por PCR o cultivo, con el fin de identificar la bacteria Neisseria gonorrhoeae. Así se confirma la infección y se facilita la pronta intervención terapéutica.
Para diagnosticar la infección por Chlamydia trachomatis, se obtiene una muestra (ya sea orina o un hisopo de la zona afectada) que se analiza mediante técnicas de amplificación genética (PCR) o cultivo. Esto permite detectar de forma precisa la presencia de la bacteria.
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